martes, 19 de mayo de 2020

Reseña literaria: El Gatopardo

Ficha bibliográfica





Título: El Gatopardo
Título original: Il Gattopardo
Autor(a): Giuseppe Tomasi di Lampedusa
Nacionalidad: Italiana
Editorial: Anagrama
Fecha de publicación: 1958
Saga: No
Páginas: 328
Género: Novela




Sinopsis de la editorial

Sicilia, 1860. El tiempo parece discurrir con parsimonia en estas tierras, marcadas por los ritmos de una campiña de árida belleza y un orden social inamovible, cuya cúspide ocupa la aristocracia terrateniente. Pero la historia está a punto de dar una sacudida con el desembarco de Garibaldi. Don Fabrizio, príncipe de Salina, hombre imponente, orgulloso, sensual y lúcido, patriarca de una de las familias más poderosas de la isla, contempla impertérrito estos tiempos convulsos que acaso supongan el hundimiento de su mundo o tal vez traigan cambios que en realidad permitirán que todo siga igual. Mientras tanto, su impetuoso sobrino Tancredi abraza la causa garibaldina y se enamora de la bella Angelica, hija de un advenedizo social... Recibida en su día con polémica, la única novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa es hoy ya un clásico indiscutible, que recuperamos en una nueva edición que incluye posfacio de Carlo Feltrinelli.

Una de las cumbres de la literatura del siglo XX. Una novela majestuosa, bellísima y repleta de matices.

Opinión personal (sin spoilers)

Esta es quizá la primera reseña que hago de una relectura. El Gatopardo pasó por mis manos por primera vez cuando yo estaba en el instituto. Mi recuerdo de su lectura era muy pobre, apenas se limitaba a su trama y una impresión general positiva. Con el pretexto de su elección como próximo libro de mi club de lectura de la universidad lo he rescatado de la estanteria. Qué delicia. Sin duda hay libros cuya lectura una puede ser demasiado joven para saborear como se merece.

La eternidad amorosa dura pocos años.

De algún modo la historia es lo de menos: entre sus páginas se desubre el retrato de un momento histórico muy concreto, el de la Sicilia de finales del siglo XIX durante su anexión a Italia. El lector es espectador de dicho suceso a través de los ojos de Don Fabrizio, príncipe de Salina y uno de los aristócratas sicilianos más poderosos. Guiados por él asistimos al declive de la aristocracia siciliana durante la ocupación garibaldina. Porque, más allá de su interés histórico, la novela presenta una crónica de la caída de una sociedad, del fin de un hombre por la fuerza del contexto. Cuando los tiempos cambian, como afirma Don Fabrizio, los hombres deben cambiar a su vez para mantenerse donde están. Pero algunos están demasiado cansados para ello y se quedan en cubierta, erguidos, mirando el mar, mientras lentamente se hunde su barco.

En Sicilia no importa hacer mal o bien. El pecado que nosotros los sicilianos no perdonamos nunca es simplemente le de hacer. Somos viejos, Chevaley, muy viejos. Hace por lo menos veinticinco siglos que llevamos sobre los hombros el peso de magníficas civilizaciones heterogéneas, todas venidas de fuera, ninguna germinada entre nosotros, ninguna con la que nosotros hayamos entonado. Somos blancos como lo es usted, Chevalley, y como la reina de Inglaterra; sin embargo, desde hace dos mil quinientos años somos colonia. No lo digo lamentándome, la culpa es nuestra. Pero estamos cansados y también vacíos.

Sin lugar a dudas la fuerza de este libro recae en sus personajes. Todos están muy bien detallados, su individualidad es palpable, sus almas cobran vida. El protagonista, en particular, es sencillamente genial. Intelectual, sensible, orgulloso, apático. No es perfecto, ni mucho menos, pero es alguien a quien no se puede evitar admirar. Su porte y su fuerza son fascinantes.
A través de todos estos personajes vivimos una historia donde se confunden pasiones y valores, y en la que encontramos distintas contraposiciones: viejo y nuevo, noble y rico, entusiasmo y oportunismo; todo envuelto por la siempre presente Sicilia, tierra amada y perdida.

Como siempre, la consideración de su muerte lo serenaba tanto como lo turbaba la muerte de los demás. Tal vez porque, a fin de cuentas, su muerte era el final del mundo.

El estilo del autor es probablemente lo que más destacaría del libro. Está lleno de lirismo, pero sin florituras. Es muy descriptivo, detallado, exquisito, pero también muy natural. No peca de pretencioso en ningún momento. Su punto de ironía y humor ayuda en esta impresión de belleza, elegancia y refinamiento sin pomposidad. El relato sucede, pues, tranquilo, fluido, con la imperturbabilidad de las estrellas de la noche, que tanto emocionan al protagonista, o como un río que, paulatinamente, todo lo inunda.

No somos ciegos, querido padre. Solo somos hombres. Vivimos en una realidad móvil a la que tratamos de adaptarnos como las algas se doblegan bajo el impulso del mar. A la santa Iglesia le ha sido explícitamente prometida la inmortalidad; a nosotros, como clase social, no. Para nosotros un paliativo que promete durar cien años equivale a la eternidad. Podremos acaso ocuparnos por nuestros hijos, tal vez por los nietos, pero no tenemos obligaciones más allá de lo que podamos esperar acariciar con estas manos. Y yo no puedo preocuparme de lo que serán mis eventuales descendientes en el año 1960. La Iglesia sí debe preocuparse, porque está destinada a no morir. En su desesperación se halla implícito el consuelo. ¿Y cree usted que si pudiese salvarse a sí misma, ahora o en el futuro, sacrificándonos a nosotros, no lo haría? Cierto que lo haría, y haría bien.

En definitiva, esta es una novela muy recomendable. No me extraña que sea una de las novelas italianas más aclamadas. Perdida entre sus páginas me parece haber sentido la aridez de Sicilia en mi propia piel. Ahora tengo todavía más ganas de descubrir esa preciosa isla.


¡Hasta la próxima, biblioviajeros!

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